martes, 30 de noviembre de 2010

IKEA apesta...

Y APESTA BIG TIME

Imagínese soñar con villas y castillos para despertar con la sensación de caerse… Ya va, dejemos esto un poco más claro… ¿Vio la película de Leonardo DiCaprio llamada Inception? ¿Se dio cuenta de cómo hacía esa gente para despertarse? Bueno, entonces bienvenido a mi mundo.

Imagínese despertar todos los días cayéndose de la cama… Bienvenido a mi mundo.

Imagínese que es domingo y el sábado por la noche salió a beber con los amigos por los bares del Born, del Gòtic o del Raval… Irse a gastar 10 euros en cerveza en el Gato Negro, en el barrio de Gràcia (cada vaso de cerveza cuesta 1 euro)… Y en medio de ese sueño reparador se cae al piso… Bienvenido a mi mundo.

Pues la culpa la tengo yo, solo yo y nadie más que yo. ¿Quién me manda a irme de agarrada a comprarme una cama en IKEA?

Resulta y acontece que IKEA, esta firma sueca que vende muebles y decoración de diseñador para grandes masas, vende una cama de diseño XXX. Esta se ve súper moderna y cómoda en la exhibición de su sucursal en L’Hospitalet y, en algún futuro, combinará con cualquier mueble que decida comprar. Qué mala idea. Bien podría poner un colchón sobre una estructura de papel maché; da lo mismo. Esta madera se dobla como si fuera un origami, impidiendo que el somier se mantenga firme y ya en la mañana se dé por vencido ante mis 57 kilos de peso (calculo que debo tener, porque no tengo báscula para banalidades… Y no pienso comprarla en IKEA).

A mí me pareció que mejor comprábamos la estructura de una cama con una colchoneta bastante respetable llamada Sultán YYY (todos los nombres están en sueco, no me ladillen), hasta que las condiciones nos permitieran comprar un colchón. Error 1 y 2, de un solo golpe. Ahora sé que la economía me impide que en un corto o mediano plazo pueda comprarme un colchón, que seguramente la cama XXX no pueda soportar, cayéndose a pedazos.

Así que en un año me sale comprar cama nueva, ¿qué tal? ¿No y que estos muebles suecos son buenísimos? ¿No escuchaba constantemente a todo el mundo decir que ojala abrieran un IKEA en Venezuela? “Careful what you wish for”… Sigan comprándose sus muebles en EPA y Graffitti Hogar, sin duda son de mejor calidad.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Regresando a casa...

Poco pude ver desde arriba, ya que se me privó del derecho de explorar mi futuro, por culpa de una señora que debió quedarse en casa tejiendo suéteres para los nietos. Tenía un ataque de pánico, vértigo, qué se yo, y asumió una dictadura sobre la pequeña ventanilla. La cerró definitivamente hasta que se sintió fuera de peligro.

Tan pronto como abandoné el medio de transporte que me trajo hasta acá, sentí cómo la arquitectura, el comercio y la tecnología de ese gran templo dedicado a la transición me iluminaba el rostro. “Por fin, el primer mundo”, pensé, alegre de haber elegido esta ciudad como mi nuevo hogar. Lástima que la sensación me duró muy poco.

Prácticamente corrí al encuentro del hombre que también me alegra haberlo escogido para ser mi compañero. Lástima que la alegría sea cíclica. Después de un beso que distó mucho de ser como los de las películas (o como pasé más de un mes imaginándolo), comenzó la travesía de regreso a casa. Sí, de regreso; ya entenderá por qué.

–Esto te va a gustar mucho, estoy seguro. Esta ciudad es muy cosmopolita, hay mucha cultura, mucho arte… todas esas mariqueras que tanto te encantan. – Decía mientras me iba llevando, así como se lleva a un niño de la mano al médico “a que lo puyen”, camino a un autobús que nos llevaría a la estación de tren – El camino es largo, así que prepárate – mejor debió decirme que me preparara para lo que iba a ver en el camino.

El camino hasta la estación de tren era algo casi surrealista. Nos llevarían en autobús desde la terminal 1 hasta la terminal 2 (sí, así quedan de lejos). De todo ese encanto de la arquitectura contemporánea, pasábamos a millones de hangares y depósitos que me parecían propios de la región con una de las economías más fuertes del país; o por lo menos así me habían contado. Finalmente, llegamos a nuestra primera parada. Para explicar cómo es la terminal 2 debería recomendarle que vea una serie de Discovery, que explica qué pasaría con las ciudades si los humanos desaparecieran de un momento a otro. Todas las luces encendidas, todas las pantallas funcionando, ni un solo ser humano que no vaya directamente a la estación de tren. Para llegar allí hay que atravesar una calle por una pasarela. En medio de la pasarela hay lo que bien pudo ser una de estas cintas mecánicas que ponen en los aeropuertos cuando hay que caminar mucho; pero esto sólo tiene la apariencia, no la función, ni la cinta, ni nada. Es una triste plataforma que decepciona a todo aquel que decide montarse en ella.

La cháchara de mi compañero me mareaba con tanto positivismo… Todavía sonreía, no había visto nada realmente desconcertante todavía. La estación de tren ya no parecía pertenecer a todo lo que había visto antes. Apenas los aparatos que la dotaban de su función parecían mantenerme amarrada a mi primera impresión. “¿Será que existe tal cosa como el segundo mundo?”, reflexioné a mis adentros, mientras seguía sonriéndole a mi compañero: “Bueno, están remodelando toda la terminal, después arreglarán esto, sin duda”, pensé (y qué ingenua fui).

La verdad, me alegraba verlo, me alegraba que ese fuera el primer día del resto de nuestras vidas, literalmente. Por fin llega el tren. Me parece familiar: elegante, limpio y moderno. Me monto confiada que todo será tal y como me lo había imaginado.

Resulta y acontece que el mundo decidió que yo debía aterrizar en medio de una zona rural: entre los campos de alcachofas, espárragos y remolachas, habían ranchos que no distaban mucho de estas viviendas improvisadas que forman los barrios más pobres de los países en vías de desarrollo… ¡Pues eran ranchos, coño!... ¿A dónde fui a parar? Este camino sí que fue completamente surrealista. Luego, el paisaje se tornaba más urbano, pero los edificios que comencé a ver no eran muy distintos a los bloques que quedan justo al lado de la autopista Caracas – La Guaira, en el pueblo de Maiquetía. La ropa limpia se hacinaba en cuanta ventana o balcón se abría en medio de los muros de los pequeños edificios, secándose con los rayos intensos del sol. “¡Qué segundo mundo ni qué ocho cuartos!” Y en medio de esa imagen, el hotel Hesperia se erguía decadente, propio de una película de Sci-Fi barata – Cuando la situación lo permita, iremos a cenar en el restaurante que queda en la cúpula, a lo alto de la torre, te lo prometo – me decía sonriente mi pareja. Ojala podamos. Ojala no nos roben en el camino cuando vayamos.

Al fin alcanzamos la ciudad. La cueva subterránea, de grandes dimensiones y elegancia, nos recibía con turistas hacinados en las puertas del tren, tanto desde adentro como desde afuera. Un par de empujones después, logramos llegar al vestíbulo, que también era amplio y elegante, pero a medida que nos acercábamos a la entrada del último medio de trasporte que debía tomar para llegar a mi nuevo hogar, la cosa se volvía a tornar algo tercermundista: escaleras mecánicas que relinchaban cada vez que alguien se montaba sobre ellas, cerámica de los años 50 o 60 en las paredes, pasillos largos e interminables, luego otras escaleras que no eran mecánicas, él y yo con dos maletas grandes. Esto no es nada parecido a lo que me imaginaba que debía ser. El metro llega rápido, no nos hace esperar demasiado. Tres estaciones después, llegamos a nuestro nuevo vecindario. De nuevo, nada parecido a lo que me imaginaba que debía ser.

–Este es el mejor lugar que podíamos tener – ¡Coño, no sabía que podíamos tener tan poco! – Tenemos cerca al metro, a los autobuses, a la universidad, al campo de fútbol… En fin, está muy bien ¡Y el piso es grandísimo!

Mientras camino hacia la que sería finalmente mi próxima morada, me llama la atención que estamos en un barrio comercial, que cuenta con boutiques como MNG o Zara, pero quiero hacer énfasis en la parte de “barrio”. Me recuerda mucho a los alrededores Pérez Bonalde, en Catia. Los edificios desordenados se mantienen erguidos a duras penas de tanta humedad y filtraciones. Los negocios y las viviendas usan energía que bien pareciera robada, a juzgar por la apariencia de los postes de luz. A medida que avanzo, la cosa va mejorando: los edificios son un poco más altos, siguen siendo desordenados, el alumbrado se ve un poco más moderno, veo uno que otro restaurante, todos absolutamente llenos de comensales que están embelezados ante el mago de la cara de vidrio, que les trae un espectáculo deportivo para ese día. Todo estuvo bastante bien, hasta que abrimos la puerta del “piso”.

Aparentemente, en este mundo que no es el primero, ni el tercero, ni en desarrollo; en un espacio mínimo lograron construir un apartamento de 4 habitaciones, un baño y medio, cocina, lavandero, sala y terraza. Grandísimo. Me recibe una pared con espejos y una mesa con un peluche de un pato encima.
– Eso viene con el piso – dijo mi pareja – Ya vas a ver qué fino está el sitio.
Habiendo crecido en una casa, donde vivíamos cuatro miembros de una familia y un ama de llaves; el “piso” me parecía un huequito para 5 personas que no son nada. Además, para ser un apartamento “amueblado”, parecía más un apartamento de playa, que lo proveen de los sartenes que se dañan, lo cuchillos sin filo, los catres que nadie quiere y los sofás que eran de la abuela. Lo único que estaba fino del “piso” es que quedaba en esta ciudad, que todavía no me había mostrado su mejor faceta.

Suelto las maletas, me cambio a algo más cómodo y fresco para el clima cálido del mediterráneo, y mi hermoso compañero me espera en la mesa de la sala con una ración de jamón serrano, fresas con crema y cava fría. “Coño, ahora sí, esto sí que es vida”.

Qué importa el piso feo, yo lo pondré bello y lo haré un hogar. Qué importa el barrio, importa la ciudad. Qué importa la ciudad, si puedo comer jamón serrano y cava por menos de 10 euros. ¡Qué importa el seudo primer mundo, es mi mundo y mañana podré explorarlo! Entonces me entra esta extraña sensación de haber regresado a mi hogar, y es que en realidad ¿qué tan lejos puedo estar de él, si lo veo en todos lados?