martes, 7 de diciembre de 2010

¿Sudaca?... FRAU SUDACA, si us plau…

Para los que no posean nociones básicas del idioma alemán, Frau no solo significa “mujer”, también significa “Señora” o “Doña” para el tratamiento de respeto. Por lo tanto, yo soy Frau Kuhnle para quien no me conozca y deba tratarme con respeto y, por supuesto, me esté hablando en alemán.

Todavía estando en Caracas, me dirigí a la embajada de la República Federal de Alemania, para saber si debía dar la baja consular y darme de alta en Barcelona. El Herr muy amablemente me dijo “Nosotros dejamos que nuestros ciudadanos vayan a donde mejor les plazca”. En otras palabras, puedo ir y venir como mejor se me pegue en gana.

Los españoles no tienen esa filosofía tan libertina en cuanto a migración, especialmente si es INmigración. A pesar de la ciudadanía europea, ellos sí quieren saber que estás viviendo en su país y cuánto tiempo planeas quedarte. Esto se logra exigiendo que poseas un NIE (número de identificación de extranjero) comunitario, para hacer cualquier diligencia como empadronarte (un papelito que dice dónde vives), abrirte una cuenta en un banco y buscar trabajo.

Para mí resultaba muy comprensible ver cómo las personas se desconcertaban mucho después de que esta jovencita con andar tropicaliente (©Gaby Pereyra) y acento caraqueño (O sea, hello?!®), entrara a sus oficinas y dijera que no tiene permiso de residencia, sino pasaporte de la Bundesrepublik Deutschland y su respectivo NIE comunitario.
-Ah, pues me había imaginado que era de Sudamérica, disculpe. ¿Desea una tacita de café?

Aquí necesito hacer un paréntesis.

(PARÉNTESIS 1: Durante, y los primeros años después de la dictadura, España era un país pobre, y muchos españoles no se murieron de hambre y frío porque sus familiares exiliados en Sudamérica les enviaban paquetes con latas de atún, mantas, etc. Los últimos 10 años han sido el florecimiento de este país en muchos aspectos, hasta la crisis actual que ya está haciendo de las suyas, mientras que el nuevo continente ha decaído económica y socialmente durante el mismo período. Ahora vemos que los hijos y nietos de esos familiares exiliados reclaman la nacionalidad española y muchos de ellos REGRESAN a la madre patria.)

Ya va, todavía necesito un paréntesis.

(PARÉNTESIS 2: O sea®, ¿que los alemanes merecen más una tacita de un producto ampliamente producido en Sudamérica que un sudamericano?)

La actitud siempre cambia. Antes, era otra sudaca más que viene aquí a quitarles plazas de trabajo, a ocupar plazas en la universidad y a declararse okupa. Ahora soy la alemana que viene a trabajar con ellos, estudiar con ellos y vivir con ellos, ayudándolos a activar la economía con mis euros. Así que yo, con la gracia que me caracteriza, les explico:
-Mi padre era alemán y por él tengo la nacionalidad. De resto, soy más venezolana que una arepa.

Vamos a estar claros: aquí llegan muchos inmigrantes de Sudamérica a vivir como en sus países de origen, y de forma ilegal, como para rematarla. Son estos inmigrantes que nos dan mala imagen a los demás. Así que debo reconocer que me encanta “chapear” con el pasaporte alemán. Por otra parte, tampoco permito que esos inmigrantes que vienen a joder sean la imagen de mi gentilicio. Es necesario que los europeos se enteren que hay mucha gente como yo, que sin NIE comunitario pueden hacer muchísimo para mejorar este país.

Algunas de estas personas, luego de invitarme el café respectivo, inocentemente (e ignorantemente) logran molestarme, diciendo:
-Me encantaría ir a Venezuela. ¿Qué sitios me recomienda visitar? ¿Y allí se puede interactuar con los locales, como en Cuba?

Coño, qué rabia me da que me digan eso… ¿Esta gente en verdad piensa que Venezuela es un pequeño país con un par de caseríos, en donde interactuar con los locales es como ir a un zoológico de contacto? Claro que puede interactuar con los locales, ¿con quién coño cree que va a estar hablando cuando compre su comida en McDonald’s?

Los inmigrantes tenemos doble trabajo: debemos aprender a vivir en la nación que nos recibe (when in rome…), pero también debemos dar a conocer los rasgos positivos propios de nuestra idiosincrasia. Es el equilibrio justo para respetar e inspirar respeto.

Así que con mi gracia característica y mucha paciencia, les respondo a estas personas diciendo que sí, va a poder interactuar todo lo que quiera con los locales, y que en líneas generales lo tratarán con mucho respeto y cariño, a menos que la interacción se vea motivada por un asalto a mano armada. Luego me despido cortésmente, ya he finalizado la diligencia que vine a hacer, y me retiro.

Así, y solo así, dejo mi granito de arena, para que algún día mis hijos puedan vivir en el mundo del que tanto hablaba John Lenon y que esta ciudad de turistas y gente loca necesita. Ojalá más compatriotas hagan lo mismo y con la misma gracia y andar tropicaliente©.

domingo, 5 de diciembre de 2010

¿Celulitis?... Múdate a Barcelona, es LA solución....

Mi madre vino de visita a Barcelona, dos semanas después de mi llegada, para cerciorarse que tenía un techo que me cubriera, comida qué comer y una cama dónde dormir… Se fue muy satisfecha al saber que estaba bien equipada de las dos primeras y que estaba resuelta con un conato de la última (es que esa cama de IKEA, coño de la madre).

Pero ustedes deben saber algo de mi madre: pues es como todas las demás, que te ama incondicionalmente, se preocupa por ti hasta el punto de ser un fastidio, te regaña, te mima… Bueno, es una mamá, PERO esta es de las que dicen “Te hace falta un poco de maquillaje, porque hoy amaneciste horrorosa.” Bueno, a lo mejor exageré un poco, pero solo un poco. Cosas que sí me ha dicho mi madre:
-Aquí tienes los reales para que vayas a la peluquería.
-Esa vez que te caíste en preescolar como que sí te dejo la nariz medio choreta.
-¿Te peinaste?
-Mírate, pero si ya tienes celulitis, qué horror (Pues es que esta mujer tiene 62 años y ni un gramo de celulitis… coño de su madre).

Pues, debo decirles que mi mamá también se llevó la satisfacción de que ya la celulitis y la piel de naranja comenzaron a desaparecer de mis piernas. ¿Qué tratamiento mágico hice para obtener tan buenos resultados en dos semanas? Pues me mudé a Barcelona en pleno verano.

Yo nunca antes había visitado Barcelona. Así que esto fue una rara mezcla de ser turista y a la vez habitante en la ciudad. Lo que en principio pensé que eran caminatas al Corte Inglés para comprar toallas y aprovechar para conocer la Rambla de Brasil y la Diagonal, no era con motivos de conocer, es que sale mejor caminar. Lo que pensé que era una excursión para el Carrer de Sants y aprovechar para comprar sábanas, era en realidad que sale mejor caminar. Conclusión: en Barcelona se camina y mucho.

No, no me malinterprete. Aquí sí hay un sistema de transporte público que funciona y molt bé. El problemita reside en que incluso si decide coger el metro, prepárese para largas caminatas dentro de él. Esto tiene una explicación histórica, y para evitar lectores indignados, pues les recomiendo esta página para que lean la historia del Metro:
http://www.transportebcn.es/METRO/reportaje/57/breve_historia_metro_1920_2010.html
(No es una página que pertenezca a ningún organismo oficial, pero coincide con las 3 palabras que publicaron en TMB y lo hace a mayor profundidad). Y esto no incluye las tarifas, que son otro motivo para decidir que es mejor caminar.

Long story short, el Metro de Barcelona es tan antiguo como podría serlo el de París, pero no lo desarrollaron con la misma rapidez, por obvias razones, y cada estación que tenga enlace de al menos dos líneas ya parece un hormiguero porque esa era la mejor forma de construirlas entonces y no la cambiaron a lo largo de los años. La transferencia de Capitolio en Caracas, quitando al gentío, es un chiste al lado de cualquiera que pueda haber aquí en Barcelona. Si se trata de tomar un autobús, pues son tantas líneas que es difícil conseguir la que te lleva a casa, a menos que tengas un smartphone encima y puedas consultar la página de TMB.

Entonces, retomando el tema, esas dos semanas que mi madre no estuvo aquí caminé y caminé y caminé. Además, Barcelona queda como en una bajada con un ángulo bastante respetable. Así que la cinta para trotar, el orbitreck, y cualquiera de estas máquinas se quedan cogiendo polvo hasta el invierno, ya que se puede hacer el mismo ejercicio mientras se contempla a los edificios espectaculares en el Passeig de Gràcia, o las vistas hermosas de la ciudad en Parc Güell, o el mar mediterráneo en Icària o la Barceloneta, sin mayor riesgo.

Así que esta es una recomendación para las chicas: ¿quieres bajar de peso, deshacerte de la celulitis y tonificar piernas y glúteos? MÚDATE A BARCELONA EN PLENO VERANO.

viernes, 3 de diciembre de 2010

La mejor faceta...

...sin duda alguna...

-Mi amor, vamos a celebrar que llegaste a Barcelona con una rica cena en un buen restaurante. Tenemos reservaciones para las 8. Vístete bien bonita

Dicho y hecho, me puse la mejor pinta que me traje: un vestido de la línea prêt-à-porter de Ángel Sánchez para Beco, un cinturón, un bolerito marrón con hilos dorados que compré en Plaza las Américas, la hermosa pulsera que me regaló mi madrina y unos taconcitos. "¿Unos taconcitos?"

-Cielo, será que me pongo estos zapatitos planos, porque tú sabes cómo son las aceras aquí, y caminar hasta el metro, y…
-¡Qué metro ni qué ocho cuartos! Vamos en taxi, ¿o tú pensabas que te iba a hacer caminar por toda Barcelona en un vestidito y tacones? ¡Apúrate, que ya va a ser la hora y nos van a venir a buscar!

"¡Coño! Pero míralo a él" pensé. – Bueno, igual me los llevo, no vaya a ser que se nos antoje pasear por ahí y nos tengamos que regresar por nuestra cuenta.

Pues ya estaba yo toda ahí emperifollada, entaconada, perfumada y maquillada. Además de todos los corotos que una mujer DEBE tener en la cartera, agregué un par de zapatos y un regalo para mi novio. Ya pronto comenzaría su máster y para dar una buena impresión, le compré un bolígrafo de esos que también tienen portaminas, pero elegante. Es decir, yo tengo 2 de esos, pero son marca Pelican en plástico azul y anaranjado. Este es de los que los hombres importantes se dejan poner en el bolsillo de la camisa. Se lo daría después de comer, así como para cerrar con broche de oro la velada que me había preparado.

-Bueno, vámonos, que ya el hombre está cerca.

Ahí estábamos los dos, todos arregladitos, peinados y perfumados en la entrada del edificio y contrastábamos con todos los que pasaban a nuestro lado: los paquis, las señoras, los estudiantes y los turistas que se quedan en el hostal de al lado. Pasan algunos momentos y de repente, por la esquina llega una limosina…

(PARÉNTESIS: Nosotros vivimos al lado del Camp Nou, por lo que ver carros de lujo pasando por esa calle no es algo que sea extraordinario).

… y se detiene en frente de nosotros. -¿Qué te parece? – Me dice él sonriendo. ¡Pues me ha contratado una limosina! "¡Qué detallazo, qué fino, qué hermoso! Jamás me había montado en una de estas. ¿Ahora qué carajo hago yo con estos zapatos?"

-Quiero que veas la Barcelona que vamos a luchar por tener. Quiero que conozcas Barcelona de la forma más especial.

Casi lloré, pero los nervios y la emoción no me dejaban. Hacía un día que había llegado y no habíamos podido salir a pasear, porque debíamos limpiar el piso y porque fuimos a comprar toallas en el Corte Inglés.

Ya que obviamente la velada no iba a tener comparación, en la misma limusina y mientras llegábamos al restaurante, le hice entrega a mi novio de su piazo e’ bolígrafo. Ya qué broche de oro ni qué ocho cuartos, esto no tenía comparación.

A medida que nos acercábamos al centro, los edificios que el día anterior me parecieron propios del tercer mundo se iban convirtiendo en verdaderos ejemplos de la arquitectura. Algunos parecían palacios. Finalmente llegamos a Plaça Catalunya y admiré los edificios que la rodeaban, la gente, el Corte Inglés más grande que había visto en mi vida. Subimos por el Passeig de Gràcia, que nada tiene que envidiarle a les Champs Élyseés. En algún punto cruzamos a la derecha y ahí estaba el restaurante en el que cenaríamos, que es súper elegante y muy bien decorado. Comimos como bestias, hablamos de todo, y justo antes del postre, mi amor me pidió que me casara con él. Barcelona ya me había mostrado un poco de su mejor faceta, pero más importante todavía, hizo que él me mostrara lo mejor de sí. Acepté encantada.

Brindamos con cava bien fría, de nuevo en nuestro vehículo de lujo. Mientras paseábamos por la Rambla, estamos casi seguros de que nos confundieron con alguien de la farándula, porque las jovencitas que por ahí caminaban no dejaban de saludar emocionadas a esos simpáticos desconocidos que no dejaban de sonreír.

Vimos el Colón, el puerto, la villa olímpica, el Ritz… Vimos la Plaça Espanya, la Fira Barcelona, el Castillo de Montjuïc… Vimos Barcelona completa desde las alturas…

Ya de regreso a casa no pude dejar de pensar que sí, debemos luchar por esta Barcelona que conocí ese día. La ciudad que conocí el día anterior allí había quedado y para el día siguiente tendría la oportunidad de conocer una totalmente nueva. Y es que en esta ciudad de turistas y locos, nada es igual de un día para el otro.

martes, 30 de noviembre de 2010

IKEA apesta...

Y APESTA BIG TIME

Imagínese soñar con villas y castillos para despertar con la sensación de caerse… Ya va, dejemos esto un poco más claro… ¿Vio la película de Leonardo DiCaprio llamada Inception? ¿Se dio cuenta de cómo hacía esa gente para despertarse? Bueno, entonces bienvenido a mi mundo.

Imagínese despertar todos los días cayéndose de la cama… Bienvenido a mi mundo.

Imagínese que es domingo y el sábado por la noche salió a beber con los amigos por los bares del Born, del Gòtic o del Raval… Irse a gastar 10 euros en cerveza en el Gato Negro, en el barrio de Gràcia (cada vaso de cerveza cuesta 1 euro)… Y en medio de ese sueño reparador se cae al piso… Bienvenido a mi mundo.

Pues la culpa la tengo yo, solo yo y nadie más que yo. ¿Quién me manda a irme de agarrada a comprarme una cama en IKEA?

Resulta y acontece que IKEA, esta firma sueca que vende muebles y decoración de diseñador para grandes masas, vende una cama de diseño XXX. Esta se ve súper moderna y cómoda en la exhibición de su sucursal en L’Hospitalet y, en algún futuro, combinará con cualquier mueble que decida comprar. Qué mala idea. Bien podría poner un colchón sobre una estructura de papel maché; da lo mismo. Esta madera se dobla como si fuera un origami, impidiendo que el somier se mantenga firme y ya en la mañana se dé por vencido ante mis 57 kilos de peso (calculo que debo tener, porque no tengo báscula para banalidades… Y no pienso comprarla en IKEA).

A mí me pareció que mejor comprábamos la estructura de una cama con una colchoneta bastante respetable llamada Sultán YYY (todos los nombres están en sueco, no me ladillen), hasta que las condiciones nos permitieran comprar un colchón. Error 1 y 2, de un solo golpe. Ahora sé que la economía me impide que en un corto o mediano plazo pueda comprarme un colchón, que seguramente la cama XXX no pueda soportar, cayéndose a pedazos.

Así que en un año me sale comprar cama nueva, ¿qué tal? ¿No y que estos muebles suecos son buenísimos? ¿No escuchaba constantemente a todo el mundo decir que ojala abrieran un IKEA en Venezuela? “Careful what you wish for”… Sigan comprándose sus muebles en EPA y Graffitti Hogar, sin duda son de mejor calidad.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Regresando a casa...

Poco pude ver desde arriba, ya que se me privó del derecho de explorar mi futuro, por culpa de una señora que debió quedarse en casa tejiendo suéteres para los nietos. Tenía un ataque de pánico, vértigo, qué se yo, y asumió una dictadura sobre la pequeña ventanilla. La cerró definitivamente hasta que se sintió fuera de peligro.

Tan pronto como abandoné el medio de transporte que me trajo hasta acá, sentí cómo la arquitectura, el comercio y la tecnología de ese gran templo dedicado a la transición me iluminaba el rostro. “Por fin, el primer mundo”, pensé, alegre de haber elegido esta ciudad como mi nuevo hogar. Lástima que la sensación me duró muy poco.

Prácticamente corrí al encuentro del hombre que también me alegra haberlo escogido para ser mi compañero. Lástima que la alegría sea cíclica. Después de un beso que distó mucho de ser como los de las películas (o como pasé más de un mes imaginándolo), comenzó la travesía de regreso a casa. Sí, de regreso; ya entenderá por qué.

–Esto te va a gustar mucho, estoy seguro. Esta ciudad es muy cosmopolita, hay mucha cultura, mucho arte… todas esas mariqueras que tanto te encantan. – Decía mientras me iba llevando, así como se lleva a un niño de la mano al médico “a que lo puyen”, camino a un autobús que nos llevaría a la estación de tren – El camino es largo, así que prepárate – mejor debió decirme que me preparara para lo que iba a ver en el camino.

El camino hasta la estación de tren era algo casi surrealista. Nos llevarían en autobús desde la terminal 1 hasta la terminal 2 (sí, así quedan de lejos). De todo ese encanto de la arquitectura contemporánea, pasábamos a millones de hangares y depósitos que me parecían propios de la región con una de las economías más fuertes del país; o por lo menos así me habían contado. Finalmente, llegamos a nuestra primera parada. Para explicar cómo es la terminal 2 debería recomendarle que vea una serie de Discovery, que explica qué pasaría con las ciudades si los humanos desaparecieran de un momento a otro. Todas las luces encendidas, todas las pantallas funcionando, ni un solo ser humano que no vaya directamente a la estación de tren. Para llegar allí hay que atravesar una calle por una pasarela. En medio de la pasarela hay lo que bien pudo ser una de estas cintas mecánicas que ponen en los aeropuertos cuando hay que caminar mucho; pero esto sólo tiene la apariencia, no la función, ni la cinta, ni nada. Es una triste plataforma que decepciona a todo aquel que decide montarse en ella.

La cháchara de mi compañero me mareaba con tanto positivismo… Todavía sonreía, no había visto nada realmente desconcertante todavía. La estación de tren ya no parecía pertenecer a todo lo que había visto antes. Apenas los aparatos que la dotaban de su función parecían mantenerme amarrada a mi primera impresión. “¿Será que existe tal cosa como el segundo mundo?”, reflexioné a mis adentros, mientras seguía sonriéndole a mi compañero: “Bueno, están remodelando toda la terminal, después arreglarán esto, sin duda”, pensé (y qué ingenua fui).

La verdad, me alegraba verlo, me alegraba que ese fuera el primer día del resto de nuestras vidas, literalmente. Por fin llega el tren. Me parece familiar: elegante, limpio y moderno. Me monto confiada que todo será tal y como me lo había imaginado.

Resulta y acontece que el mundo decidió que yo debía aterrizar en medio de una zona rural: entre los campos de alcachofas, espárragos y remolachas, habían ranchos que no distaban mucho de estas viviendas improvisadas que forman los barrios más pobres de los países en vías de desarrollo… ¡Pues eran ranchos, coño!... ¿A dónde fui a parar? Este camino sí que fue completamente surrealista. Luego, el paisaje se tornaba más urbano, pero los edificios que comencé a ver no eran muy distintos a los bloques que quedan justo al lado de la autopista Caracas – La Guaira, en el pueblo de Maiquetía. La ropa limpia se hacinaba en cuanta ventana o balcón se abría en medio de los muros de los pequeños edificios, secándose con los rayos intensos del sol. “¡Qué segundo mundo ni qué ocho cuartos!” Y en medio de esa imagen, el hotel Hesperia se erguía decadente, propio de una película de Sci-Fi barata – Cuando la situación lo permita, iremos a cenar en el restaurante que queda en la cúpula, a lo alto de la torre, te lo prometo – me decía sonriente mi pareja. Ojala podamos. Ojala no nos roben en el camino cuando vayamos.

Al fin alcanzamos la ciudad. La cueva subterránea, de grandes dimensiones y elegancia, nos recibía con turistas hacinados en las puertas del tren, tanto desde adentro como desde afuera. Un par de empujones después, logramos llegar al vestíbulo, que también era amplio y elegante, pero a medida que nos acercábamos a la entrada del último medio de trasporte que debía tomar para llegar a mi nuevo hogar, la cosa se volvía a tornar algo tercermundista: escaleras mecánicas que relinchaban cada vez que alguien se montaba sobre ellas, cerámica de los años 50 o 60 en las paredes, pasillos largos e interminables, luego otras escaleras que no eran mecánicas, él y yo con dos maletas grandes. Esto no es nada parecido a lo que me imaginaba que debía ser. El metro llega rápido, no nos hace esperar demasiado. Tres estaciones después, llegamos a nuestro nuevo vecindario. De nuevo, nada parecido a lo que me imaginaba que debía ser.

–Este es el mejor lugar que podíamos tener – ¡Coño, no sabía que podíamos tener tan poco! – Tenemos cerca al metro, a los autobuses, a la universidad, al campo de fútbol… En fin, está muy bien ¡Y el piso es grandísimo!

Mientras camino hacia la que sería finalmente mi próxima morada, me llama la atención que estamos en un barrio comercial, que cuenta con boutiques como MNG o Zara, pero quiero hacer énfasis en la parte de “barrio”. Me recuerda mucho a los alrededores Pérez Bonalde, en Catia. Los edificios desordenados se mantienen erguidos a duras penas de tanta humedad y filtraciones. Los negocios y las viviendas usan energía que bien pareciera robada, a juzgar por la apariencia de los postes de luz. A medida que avanzo, la cosa va mejorando: los edificios son un poco más altos, siguen siendo desordenados, el alumbrado se ve un poco más moderno, veo uno que otro restaurante, todos absolutamente llenos de comensales que están embelezados ante el mago de la cara de vidrio, que les trae un espectáculo deportivo para ese día. Todo estuvo bastante bien, hasta que abrimos la puerta del “piso”.

Aparentemente, en este mundo que no es el primero, ni el tercero, ni en desarrollo; en un espacio mínimo lograron construir un apartamento de 4 habitaciones, un baño y medio, cocina, lavandero, sala y terraza. Grandísimo. Me recibe una pared con espejos y una mesa con un peluche de un pato encima.
– Eso viene con el piso – dijo mi pareja – Ya vas a ver qué fino está el sitio.
Habiendo crecido en una casa, donde vivíamos cuatro miembros de una familia y un ama de llaves; el “piso” me parecía un huequito para 5 personas que no son nada. Además, para ser un apartamento “amueblado”, parecía más un apartamento de playa, que lo proveen de los sartenes que se dañan, lo cuchillos sin filo, los catres que nadie quiere y los sofás que eran de la abuela. Lo único que estaba fino del “piso” es que quedaba en esta ciudad, que todavía no me había mostrado su mejor faceta.

Suelto las maletas, me cambio a algo más cómodo y fresco para el clima cálido del mediterráneo, y mi hermoso compañero me espera en la mesa de la sala con una ración de jamón serrano, fresas con crema y cava fría. “Coño, ahora sí, esto sí que es vida”.

Qué importa el piso feo, yo lo pondré bello y lo haré un hogar. Qué importa el barrio, importa la ciudad. Qué importa la ciudad, si puedo comer jamón serrano y cava por menos de 10 euros. ¡Qué importa el seudo primer mundo, es mi mundo y mañana podré explorarlo! Entonces me entra esta extraña sensación de haber regresado a mi hogar, y es que en realidad ¿qué tan lejos puedo estar de él, si lo veo en todos lados?